Diario de Gea

8

No te enfades Jenny, pero me gustaría descuartizar a tu hermano.

 

¡Es un completo imbécil! ¡Nunca entenderé que pasa por su cabeza! A veces, cuando creo comprenderlo, cuando siento que me estoy acercando un poco, de pronto se cierra en banda y me suelta uno de esos desplantes a los que ya debería estar acostumbrada pero que me dejan ¡una cara de idiota!

No es la primera vez que me ocurre, sin embargo tampoco tengo mucha opción, por ordenes de nuestro Capitán debo entrenar con el tarugo. Siempre que Silva desaparece, y últimamente lo hace con frecuencia, me toca una sesión de entrenamiento que suele dejarme con un sabor de triunfo y pérdida a la vez. Soy consciente de que necesito practicar; el cuerpo a cuerpo se me resiste y mis músculos deben prepararse para un ataque frontal. Tampoco  puedo negar que, por mucho que me esfuerce, nunca podré vencer a la mole, al condenado mastodonte. Pero son todas esas sensaciones que no logro manejar lo que hace que me aterren esas extrañas clases.

Por eso para lo de esta tarde, ¡ no tengo excusa! Hoy no había ningún ejercicio que realizar, simplemente ha podido mi maldita curiosidad. Cuando he divisado al bastardo de Schwach escabullirse entre la maleza internándose en la selva, no me he podido resistir y le he seguido. Sí, ya lo sé. ¡Una idea pésima! No debería meterme donde no me llaman y además de ser estúpido y peligroso, la advertencia de Filibustero de mantenerme lejos del Primero, resonaba tan fuerte en mi cabeza que he bajado la guardia un segundo y eso me ha delatado, porque en un recodo del camino, al tiempo me mantenía agazapada, he oído el crujir de una rama y, antes de que pudiera sacar mi puñal, una mano me ha tapado la boca.

Por un momento he temido que Schwach me hubiese atrapado, dispuesto a terminar lo que empezó en cubierta aquella terrible noche. El pánico se ha extendido tan dentro de mí que he tenido que obligarme a respirar ayudándome así a prepararme para la batalla que debía volver a librar, sabedora ya, de mi amarga derrota. Sin embargo, he percibido que la amenaza había pasado cuando en esa posición y, aún sin volverme, he sentido una corriente en todo mi cuerpo que desgraciadamente se estaba volviendo familiar. Mi respiración se ha tornado más rápida; no por miedo, si no por la anticipación, mientras Errante me ha susurrado al oído consiguiendo que un escalofrío me sacudiera.

―Gibón, en verdad buscáis la muerte. Si os descubre en este lugar no habrá alma que pueda salvaros. No deberíais tentar así a la suerte.

Me he vuelto para enfrentarlo, sorprendiéndole mientras él vigilaba al Primero. Sólo ha sido un instante, pero podría jurar que he visto, al hacerlo, un extraño brillo en sus ojos y algo en mi interior me confirma que esos dos mantienen cuentas pendientes que yo desconozco y que parecen antiguas.

Entonces él ha bajado la vista, provocando que olvidase todo lo demás, y me ha observado en silencio, muy intensamente, tanto que el corazón ha olvidado un latido. Su calor me envolvía como un abrazo acogedor y miles de mariposas, ya sé los cursi que suena eso, aunque juro que resultaba los más parecido, revoloteaban en mi estómago. Por mi mente han pasado todas las señales de peligro luminosas que uno pueda imaginar, sin embargo esta vez las he ignorado conscientemente, bajando la guardia. Era como si una fuerza superior a mi me impulsase a acercarme.

No quedaban ni dos centímetros escasos para que nuestras bocas se tocasen cuando se ha quedado rígido, ha parpadeado, después ha sacudido la cabeza y se ha apartado casi de un salto. La cara que me ha puesto, como si yo fuese un asqueroso insecto o un repugnante sapo, no creo que se la pueda perdonar en lo que me queda de vida. ¡Me ha dolido más que si me hubiese golpeado!

¡Será imbécil! Es un completo patán, un cobarde. Eso es. No es la primera vez que ocurre aunque esta ha sido la más vergonzosa. ¡No pienso a volver a quedarme a solas con ese memo en lo que me queda de vida! ¿Por qué diablos no escarmiento?

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